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    Justicia de Roma

    Siendo en tiempos de Trajano, Septimio Acindino procónsul de Siria, ocurrió que mandó prender en Antioquía a un cristiano porque éste no pagó a la administración romana una cierta cantidad de oro con la que había sido multado. Como la deuda no podía ser devuelta, Acindino le amenazó con la muerte si no pagaba lo que debía antes de una fecha.

    La esposa del deudor-una mujer de singular belleza- hizo todo lo posible para reunir antes del plazo fijado la cantidad que se pedía a su marido pero no pudo lograrlo, así que la muerte de su esposo parecía inevitable. Pero he aquí que un hombre rico y poderoso del país tuvo noticia de este incidente, llamó a la mujer y a solas, le hizo una proposición: si consentía en satisfacer sus deseos carnales, él le daría la cantidad que necesitaba para salvar a su marido.

    La mujer, también cristiana, sobrecogida, fue a contárselo con temor y vergüenza a su marido, pero para su sorpresa éste le rogó que le salvara la vida, aunque tuviera que acceder a los deseos del poderoso. Un mal menor -ceder a la lujuria- para alcanzar uno bien mayor -salvar la vida de su marido- fue lo que argumentó.

    La mujer obedeció a su marido y la noche anterior a la prevista ejecución se entregó al poderoso, pero el hombre rico, una vez satisfecho su deseo, en vez de entregarle la cantidad de oro que le había prometido y que salvaría de la muerte a su marido, la engañó entregándole en su lugar un saquito lleno de arena.

    Llegada al tribunal, la mujer no encontró oro sino arena en el saquito que hasta allí había llevado, así que no pudo pagar la deuda. Pero fue tal la sorpresa y la posterior angustia que la embargó que Septimio Acindino le preguntó por ello y enterado por la mujer de lo que había ocurrido, pagó la deuda de su propio bolsillo, mandó liberar al marido e hizo llamar al poderoso.

    Y éste fue condenado a dar la finca de la que había sacado la arena con la que había llenado el saquito, a la mujer mancillada y a devolver la cantidad de oro que el procónsul había adelantado.

    Esta historia ha ido dando vueltas por la historia del pensamiento porque plantea con crudeza si puede hacerse un mal -por ejemplo, la fidelidad al marido- para lograr un bien mayor -consecuentemente, la vida del mismo. Como puede imaginar el lector las respuestas a este dilema han sido muy variadas.

    Sin embargo a nosotros nos sorprende y admira más la reacción impecable del procónsul; quién escucha el problema, decide saldar la deuda con Roma -de su propio bolsillo- liberar al deudor -puesto que la deuda había sido pagada- y enfrentar el nuevo delito cometido haciéndo  que el culpable pague la deuda primera -recuperando el oro adelantado… y compense a la mujer por el daño causado; que la reparación sea la finca de la que se extrajo la arena del saquito un acto de pura justicia poética. Así eran los antiguos romanos. (0)

    (En las referencias que anotamos podrá verse un cuento de Voltaire que no es sino  un desarrollo de la muy anterior historia de Septimio Acindino.) (1) (2) Por otro lado esta historia tiene algunas variantes e incluso alguna película moderna trata de la misma proposición indecente.)

    Miguel Villarroya Martín /Arroyo de la Vega / Madrid /España / RdP.003    

    Notas:

     (0) Hemos leído que Acindino es un nombre griego que significa «Aquel que está seguro». ¡Qué nombre tan extraordinario! Véase en. http://www.villosladadelatrinidad.es/nombres-01.htm

     (1) Siglos después Voltaire cuenta una historia parecida en Cuentos completos en prosa y verso.  Traducción y edición de Mauro Armiño. Siruela, Madrid. 2006.) Leído en:

     http://www.e-torredebabel.com/Biblioteca/Voltaire/adulterio-Diccionario-Filosofico.htm 

    (2) Bajo el título de: Un pequeño mal por un gran bien, véase en: http://www.fondodeculturaeconomica.com/prensaDetalle.asp?art=639

    (3) No confundir a este Acindino con San Acindino un santo cristiano del siglo IV que murió martirizado en Persia y cuya  fiesta la celebra la Iglesia Católica, el 2 de noviembre.

     

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