Que las cosas no van bien en Inmobiliaria es un hecho conocido y que muchos padecemos la dureza del momento actual, también. Pero eso no puede ser una excusa para competir tal y como algunos de los nuestros lo están haciendo. Algunos tipos de conductas turbias han sobrevivido a la crisis y son dañinas para muchos. Un ejemplo de esto, pequeño pero no menor, es lo que me pasó con una cerradura.
Nos encontrábamos, los clientes y nosotros, los de la inmobiliaria, ante la puerta de una vivienda al objeto de visitarla. Por lo que conocíamos, esa se parecía mucho a lo que buscaban, la localización era la requerida y el precio también estaba dentro de lo aceptable, así que las expectativas de compra eran buenas. Como es usual habíamos concertado la cita hacía unos días, confirmado la misma unas horas antes y dispuesto los materiales que usamos en la visitas de muestra. Y entre estas cosas, lo que no podía faltar en ningún caso: las llaves de acceso al inmueble.
―No se puede abrir― me dijo el comercial, que había llegado un poco antes que el resto.
―No es posible. Hace dos días, abrimos con ellas. ¿No te acuerdas?
―Sí, sí, pero ahora no puedo abrir. La llave no entra en la cerradura.
―A ver, déjame a mí.
Impasible a nuestros esfuerzos, la puerta, como un centinela severo, no dejó que la llave hiciese su función. Esa, efectivamente, no entraba en su bombín. Sin embargo era una llave de seguridad así que aquello empezaba a oler mal.
―Hay algo metido dentro. ¿Qué será, silicona?
―No, más bien parece algo metálico. Posiblemente otra llave. Al querer abrir la puerta, se le habrá roto a alguien.
La vivienda era propiedad de un Banco que trabajaba con muchas inmobiliarias a la vez y que, al respecto, poseía un elaborado sistema de mantenimiento de las llaves de todos sus inmuebles. Así que podría saberse quién había estado antes que nosotros en aquella vivienda. Pero antes, se trataba de salvar la visita prevista y que ya amenazaba ruina a esas alturas de la cita. Llamamos al servicio del banco, informamos del incidente, prometieron mandarnos un cerrajero de urgencia, pero no hubo forma de retener a los clientes. Y la impresión que sacaron de este sucedido fue suficiente como para que no pudiéramos recuperarlos nunca más.
Dos horas después el cerrajero se presentó y abrió la puerta.
―La cerradura tiene parte de una llave dentro―dijo. ―Se ha partido al intentar abrir o cerrar la puerta.
―¿Se ha podido confundir alguien de llave, usar otra distinta y romperse por ello?―pregunté.
―Puede, pero no creo. Por lo que veo es una copia de la llave buena―, dijo el cerrajero, chasqueando la parte rota encontrada en la cerradura, con una de las llaves originales.― Se ha partido al intentar abrirla o cerrarla, usando la llave correcta.
―¿Se suelen romper ese tipo de llaves?
―Rara vez.
―¿Entonces?
―No sé.
Más confundido que el operario, le hice otra pregunta:
―¿Ha pasado esto, recientemente, en alguna otra ocasión?
―Sí―, me contestó.― Hace un mes ocurrió lo mismo, aunque fue en otra promoción de viviendas distinta. No sé mucho sobre ese incidente, me lo contó por encima un compañero. Estas cosas, a veces, pasan.
Le di las gracias, cerró la puerta y me dio un nuevo juego de llaves.
―Los otros dos juegos se los daré a los del Banco―me dijo al despedirnos.
Al día siguiente pude comprobar que otra inmobiliaria, con la que competimos, había estado horas antes de estar nosotros, en la vivienda, con otros clientes. Y que habían presentado una oferta de compra sobre ese inmueble. Esto, para el resto de inmobiliarios competidores, quiere decir que la vivienda ya no podría enseñarse a nadie más hasta que se resolviese la oferta ― quince días poco más o menos―. Habría que esperar ese tiempo a ver si la vivienda continuaba libre.
Lo ocurrido, semejaba haber sido un caso de mala suerte para nosotros y de buena para otro. Quizás. Lo parecía sí, pero yo no podía olvidar el extraño aroma que desprendía lo sucedido.
Casi se me había olvidado el incidente, cuando hace unos días, charlando con un agente amigo, este me contó lo que le había pasado hacía un tiempo, en la promoción de la que me había hablado el cerrajero.
―Fíjate lo que nos pasó… ―empezó a contarme.―Detectamos a unos tíos que…―.
Era el mismo caso, la misma inmobiliaria, otra llave rota en la cerradura, y la misma forma de impedir la libre competencia. La sucia maniobra estaba clara: se trata de ganar tiempo con una oferta, buena o mala, real o simulada, para ― alejada mientras tanto la competencia por la reserva establecida―, obtener, la inmobiliaria tramposa, un plazo de venta único para “colocar” el inmueble.
Y la rotura de la llave era una “delicadeza” podrida que solo refleja la extraña mentalidad de los sujetos implicados; ¿Qué sentido tiene una medida de urgencia contra competidores, que no puede reiterarse sin que se vuelva, más pronto o más tarde, contra sus autores?
No me equivocaba. Lo sucedido aquella tarde, olía, por varios motivos, a rata.
Miguel Villarroya Martín a 29 de marzo de 2014 / SI.037
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